Somos Olas del mismo mar - Talleres Liebre Lunar
Nuestros talleres son espacios para el desarrollo cultural y creativo de personas y comunidades, dirigidos tanto a quienes tienen una vocación artística, como a quienes desean potenciar sus capacidades sensibles y creativas.
talleres, talleres de arte, fundacion, liebre lunar, musica, música, danza, tecnología, oficios, artes, artes plasticas, fotografia, cine, pintura, dibujo, iustración, lectura, escritura, bogota, colombia
32958
post-template-default,single,single-post,postid-32958,single-format-standard,theme-bridge,bridge-core-1.0.4,qode-quick-links-1.0,woocommerce-no-js,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,paspartu_enabled,hide_top_bar_on_mobile_header,columns-3,qode-theme-ver-18.0.9,qode-theme-bridge,wpb-js-composer js-comp-ver-5.7,vc_responsive

Somos Olas del mismo mar

JAVIER GIL

Estando tan habituados a dicotomizar, polarizando la existencia en valores distantes y fijos, carecemos de recursos para acercarnos a la vida como flujo, como movimiento entre polos opuestos.Quizás las actuales circunstancias nos exigirán renunciar a tales dualidades para aproximar más la catástrofe a la creación, la disolución a la invención. Quisiera realizar algún rodeo a esta posibilidad de la mano de algunos autores

 

Peter Paul Pelbart, filósofo y creador brasileño, en un escrito reciente, afirmaba que los momentos de crisis son aquellos en los que se juntan  el “nada es posible” y el “todo es posible”. La crisis permite acercar lo aparentemente opuesto propiciando  que las formas se trans-formen, vayan más allá de sí mismas, facilitando la emergencia de lo posible. Entonces, más que formas estables, la crisis revela otras fuerzas, otros valores que empiezan  a redefinir lo que sentimos, lo que somos o creemos ser, lo que valoramos. Las crisis nos introducen en otras experiencias: del tiempo, del otro, de nosotros mismos. Percibido así, un momento catastrófico no es el paso lógico y consecuente de una cadena de sucesos, marca un comienzo, una desviación, una apertura inesperada.  Tan sólo pensemos cómo las circunstancias actuales nos sitúan frente a otros ritmos, a otras velocidades, a silencios y tiempos muertos; nos exponen al aislamiento, a un nuevo paisaje de relaciones. Se presenta un forzamiento que obliga a salir de la persona que habíamos construido. Ese forzamiento vital suspende ciertas formas de existencia, con  los significados y valores implícitos a ellas.

 

Para Nietzsche, según el propio Pelbart, encontrarse con un mundo desprovisto de sentido, no es despreciable ni aterrador; asumirlo así nos condenaría a una parálisis, o a suponer erróneamente que nuestras posibilidades están fijadas a una  única forma de vida. Lo cierto es que no sabemos qué podemos, de qué somos capaces, sólo lo sabremos exponiéndonos a otras circunstancias, a situaciones que nos piden desplegar modos de ser que yacían enterrados por esa forma de vida. Nunca realmente sabemos qué podemos, solo nos identificamos con una manera de percibirnos, con una identidad. Hay momentos en que la vida exige renuncias y abandonos. Vaciarse para abrirse, pensarse con menos certezas, para fluir con mayor determinación y revalorizando el misterio y lo desconocido.  Creo que el mismo Nietzsche afirmaba que hay que llevar un caos por dentro para crear una estrella danzarina.

 

Esta disposición se facilitaría si, como lo señala Francois Jullien, el sinólogo francés, somos un poco más orientales en la manera de ver las cosas. No apreciarlas desde un ideal externo, desde una meta a realizar, desde los “debería” frente a unas expectativas, pretendiendo que el mundo se acomode a ellas, intentando acomodarnos a respuestas prefabricadas y ceñidas a ideales ajenos a las circunstancias. Más bien, lo deseable sería apreciar lo que hay, las potencias de un determinado momento, permanecer entre las cosas captando sus posibilidades, tratando de leer los instantes para producir lo que no sabemos, algo distinto a las representaciones que ya tenemos de las cosas. En suma,  privilegiar las potencialidades de una situación y no las reparaciones con respecto a un modelo preestablecido.

 

Pelbart señala que ante la amenaza de una crisis siempre hay un anhelo por preservar las formas de vida previa, la identidad preexistente, los valores tradicionales. El problema es que esa reactividad inmediata no capta lo que está en juego. Es claro que toda transformación implica dolor,morir a algo, pero el desafío es vivir la crisis como un proceso abierto.

 

Otro aspecto radica en que se puede estar tan identificado con un modelo de vida, que sólo se advierte una calamidad en momentos tan extremos como el presente. Pero ya hace tiempo estamos en una crisis en muchos aspectos: ambiental, de la vida, del mundo común. Es claro que las formas de reciprocidad y solidaridad se han visto agredidas por lógicas que han puesto en el centro la ganancia y no la vida. Muchos modos de vínculo, de vida en común, se han visto destituidos por un estilo de vida netamente individualista. Es factible que momentos como el actual, permitan adivinar una potencia de resurgimiento de la vida colectiva, quizás aparezcan, -o reaparezcan- nuevas composiciones del mundo común. Entonces, como lo recuerda Agamben, surgirán amigos y amigas desconocidos, pero con quienes establecemos vínculos desde un padecimiento compartido. Un escrito de Diego Stulwark mencionaba un bello caso relatado por Suely Rolnik en su libro 8M/Constelación feminista. La filósofa e investigadora brasileña habla de un río contaminado que se construye a sí mismo un camino alterno bajo tierra, y de esa forma logra resurgir purificado más adelante. Esa suerte de sacralización del río se debe a que éste no es un “sujeto”,  sino la fuerza de lo viviente. El río no se siente destruido ante la adversidad, no es un sujeto que sucumbe ante el malestar de sus preguntas, más bien actúa como vida amenazada. Es decir, se transforma impulsado por la misma fuerza vital que, como señala el Talmud, le susurra por dentro a una yerba: “Crece, crece”.

 

Cómo no aprender, o hacer amistad, con esas otras especies no humanas. Como no hacer común-unidad con esas especies también violentadas por nuestras formas de vida?.

 

Se impone, entonces, nos dice Amador Savater, que una crisis no es simplemente para gestionarla, no se trata solamente de generar regulaciones para volver a la normalidad. La “gestión” esconde preguntas radicales sobre las causas y posibilidades de los desastres. Habitar la crisis y sus potencias es estar presentes: sentir, pensar y crear otros modos de vida  “para no volver simplemente a la normalidad”.

 

Otro filósofo, el italiano Franco Berardi, Bifo, recordaba recientemente que las cajas con auxilios procedentes de China traían impreso este mensaje: «Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín». Quizás esta crisis nos devuelva el deseo de abrazar, de escuchar con lentitud al otro y a la vida, quizás nos ayude a construir paciente, pero dichosamente, otros modos de vida en común. O, como le escuche a una amiga, quizás sea el momento de crear espacios y tiempos político-poéticos.

 

JAVIER GIL

Comunicador social, pedagogo, con estudios en filosofía y teoría y crítica de arte. Profesor en varias universidades y facultades de arte instituciones públicas y privadas. Enfatiza en las relaciones de las diversas disciplinas del arte y del conocimiento. Ha sido Coordinador de Educación del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Asesor de Artes Visuales del Ministerio de Cultura. Actual Director de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Es miembro de la Fundación Grupo Liebre Lunar. Ha publicado textos de crítica y ensayos sobre arte, investigación y educación artística.



× ¿Cómo puedo ayudarte?